Olivier FILIPPI, El jardín sin riego, (Monserrat Solé, trad.) Ediciones Omega, Barcelona, 2008. 1 vol. 24 x 31 cm, 208 p. ISBN: 978-84-282-1502-2. Traducción del original francés Pour un jardin sans arrosage, Actes Sud, 2007.

Una de las inspiraciones que hemos utilizado con mucha frecuencia para establecer nuestros objetivos ambientales en el huerto es esta obra maestra del experto en botánica francés Olivier Filippi: El jardín sin riego. No podíamos dejar pasar un día más sin reseñar y recomendar esta obra, no solo por las fotografías de especies de plantas recogidas a lo largo y ancho de los climas mediterráneos del mundo (preciosas), sino sobre todo por hacer posible una lectura para gente poco experimentada en la materia, muy explicativa, con diagramas excelentes que exponen desde el sistema radicular de una planta hasta cómo debería ser la sección constructiva de un camino de gravilla.

El libro se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera presenta el concepto del jardín sin riego y cuál es su razón de ser: básicamente, el estrés hídrico de nuestro clima, que al contrario de lo que se suele pensar, ha favorecido la diseminación de una multitud de especies bien adaptadas, pero por lo general poco valoradas en jardinería. La segunda parte es una «enciclopedia» de especies adecuadas al concepto de jardín sin riego, presentadas en orden alfabético, clasificadas según origen, características y capacidad de resistir la sequía.

Si riega durante el período de calor, nunca podrá acoger en su jardín la auténtica gama de plantas adaptadas al clima mediterráneo. La bella Savia candelabrum no será más que un sueño y el magnífico Fremontodendron cubierto de flores amarillas no tendrá cabida. El riego las matará con tanta seguridad como lo haría una elevada dosis de herbicida. El riego automático es uno de los peores inventos del jardinero mediterráneo moderno. Aunque nos creamos que nos facilita la vida, en realidad nos limita radicalmente la paleta vegetal hortícola. Región tras región, los jardines acaban por parecerse todos, perdiendo así su propia identidad vinculada al clima y al suelo.

Filippi, 2008, P.11

Con esta inusual contundencia nos presenta Filippi su visión de la jardinería tradicional que vemos cada día en nuestras ciudades: no sólo es un desperdicio de agua como mínimo «discutible», sino que además limita las posibilidades de biodiversidad en el jardín. Al contrario de lo que piensan la mayoría de jardineros del mundo, explica, la flora es mucho más rica en especies en regiones de clima mediterráneo que en las de clima templado. En la Europa fría y templada crecen alrededor de 6.000 especies, mientras que en la mediterránea se dan 25.000. Las plantas mediterráneas han tenido que especializarse para poder sobrevivir en un clima más duro y difícil, sometido a un régimen de lluvias escaso, y por tanto, se han tenido que especializar (de modos muy diversos) en el transcurso de la evolución.

Ejemplares de Narcissus tazetta, una de las bulbosas que inundan el huerto al final del invierno. Su floración es tan intensa como corta: apenas duran dos o tres semanas a lo sumo y se marchitan. Pero ahí siguen, engordando el bulbo bajo tierra el resto del año. Ahí está la belleza de un jardín sin riego: en la sorpresa de las floraciones y las temporadas, donde cada cosa tiene su tiempo. Observación: última semana de enero y primera de febrero de 2022.

Pero, ¿qué pasa si se desconecta el riego del jardín? Las plantas que necesitan agua morirán, sin duda. Para dar con la solución al problema de un jardín esmirriado y sin vida, Filippi propone dejarle una parte del trabajo a la naturaleza: si una planta desaparece, es que sencillamente no debe estar ahí, no está adaptada al clima ni a las características del suelo. Su lugar puede ser ocupado por una planta más resistente, con una estrategia de adaptación a la sequía. Se nos presentan las diversas estrategias que las plantas de nuestro clima han desarrollado a lo largo de milenios, que podrían dividirse básicamente en tres bloques: las plantas que se «esconden», pierden la hoja o desaparecen en verano para volver en otoño, como las plantas anuales, cuya estrategia es morir tras haber diseminado numerosas semillas, o las bulbosas, que se esconden dejando el bulbo bajo tierra en el que acumulan nutrientes y agua; las plantas que van a por todas en su estrategia de captación de agua, como las que presentan un doble sistema de raíces (profundas y superficiales) o las especializadas en captar humedad del aire a través de pelusa o pelillos en su superficie; y por último las plantas que reducen en extremo la superficie de las hojas para contener la pérdida de agua, como las que desarrollan una hoja dura u hojas enrolladas, minúsculas, etc.

Gracias a su destacable diversidad, los vegetales adaptados a la sequía constituyen una fuente inagotable de plantas para el jardín. Si se utilizan las plantas adaptadas, cuanto más seco esté el jardín, más bello estará.

FILIPPI, 2008, P.39
Una borraja (Borago officinalis) a punto de florecer, observada a finales de marzo de 2022. Las borrajas son plantas anuales que se autodiseminan con mucha facilidad, para crecer y florecer en pocas semanas (al menos en un clima cálido como el de Barcelona). En algunas zonas de España, como en Aragón, Navarra y La Rioja, se aprecian más sus cualidades culinarias.

La riqueza de un jardín mediterráneo, según Filippi, deberá basarse ante todo en las formas, los colores, las texturas, los colores y los olores, para constituir una estructura de jardín que pueda ser interesante (sin ser monocromáticamente verde) todo el año. La paleta de colores del invierno-primavera nos resultará más familiar y agradable en comparación a los jardines tradicionales, mientras que la del verano-otoño ha de ser más trabajada.

La rosa silvestre o Rosa canina es la protagonista del huerto en la última semana de mayo y la primera de junio. Claro que esta espectacular flor sí que exige algún tipo de riego, no nos vamos a mentir, pero ni por asomo tanto como los rosales tradicionales. En particular, este matojo de rosas silvestres se alimenta de un recipiente de agua pluvial protegida por una especie particularmente útil para el jardín mediterráneo, la lenteja de agua.

Con agua, tierra y humus vegetal, todo parece posible, revela el jardinero francés. En efecto, contando con estos medios, adaptándonos nosotros a las exigencias de plantas venidas de climas más norteños, cualquier cosa es posible. ¿Nunca habéis visto hortensias en zonas de la costa del levante? Seguro que sí. Pero en realidad, no podrían crecer en esta zona de forma natural, pues se trata de plantas acidófilas, totalmente imposibles de cultivar en el suelo calcáreo propio de esta región. Pero si se altera el pH del suelo (o directamente, se compra suelo ácido en sacos para plantarla), todo es posible. Filippi propone la estrategia contraria a la hora de pensar un jardín: en lugar de mirar en un catálogo o vivero y escoger especies para plantar, miremos los solares o jardines poco cuidados, y de ahí, saquemos la lista de flora viable para nuestras plantaciones.

Asclepia carnosa: junto con la flor del cardo comestible (Cynara cardunculus), es una de las flores resistentes a la sequía por naturaleza, que se atreven a florecer en los duros meses de junio-julio.

Nuestro huerto todavía está aprendiendo de las lecciones de Filippi, con mucha prueba y error, pues no solo se trata de una correcta elección de las especies, sino de plantarlas en la época adecuada, el lugar que les va bien (¡la difícil semisombra!) y del modo correcto. Aún sí, nos encantaría poder seguir aprendiendo de forma colectiva, aprovechando los vastos conocimientos de aquellos que llevan toda la vida comprendiendo la sequía mediterránea. La «pradera seca», el «acolchado» (o mulching), el problema del desherbado, los hoyos de plantación, etc. son conceptos que se han de conocer y convertirse en cotidianos, así como las tareas de permacultura para reparación y preparación del suelo, y favorecimiento de los insectos.

El jardín seco o sin riego de Filippi, no obstante, se encuentra también con un problema importante (no sé si llamarlo de orden social o de orden estético, o que atañe a ambos): la época estival, que coincide con el período de latencia de la mayoría de las plantas, coincide también con las vacaciones de verano de la mayor parte de ciudadanos, que se desplazan a sus lugares de vacaciones o segundas residencias: precisamente cuando tienen tiempo libre para pasear y hacer uso de sus jardines. Sin duda, éste podría ser quizá una de las asignaturas pendientes que el aprendizaje en contacto con la tierra podría ayudar a solucionar. Debemos tomar conciencia de que vivimos en un clima seco, y que con toda probabilidad será más seco según pasen los años debido al cambio climático que ya estamos sufriendo. Debemos aprender a apreciar la enorme diversidad de especies mediterráneas, sus cambios en las distintas épocas del año, sus increíbles estrategias de supervivencia y, sobre todo, su belleza, preparándonos así para un tipo de apreciación estética fuera del canon jardineril habitual.

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